pasamos media vida y, a su vez,
perdemos la otra media en la sandez
por más que la llamemos experiencia.
Perdura todavía en la conciencia
aquella juvenil estupidez
repleta de caprichos y altivez,
de torpes devaneos e impaciencia.
Se apaga del amor la llama ardiente,
perdemos todo el brío y la ilusión
que estuvo siendo jóvenes presente,
despacio ya nos late el corazón.
Los sueños han cesado y es la mente
quien manda y nos gobierna a la sazón.
Mas todo volverá, seguramente,
a ser como pintaba en la niñez
el día en que con toda nitidez
lleguemos a observar el Sol poniente.
Estando ya al final tan solamente
podremos aprender con rapidez
que vale más vivir con lucidez,
sin sueños más bien propios de un demente.
Entonces ya sabremos, con razón,
el tiempo que perdimos con frecuencia,
lo poco que prestamos atención
a cosas importantes cuya esencia
tuvimos nada en cuenta a la ocasión
y habremos de pagar la penitencia.
Injusta la sentencia
sin duda no podrá serlo jamás,
pues Dios es bondadoso por demás.