llorosa y sollozante,
esta la pobre anciana en silenciosa oración,
ruega a la virgencita, milagrosa y venerada,
que cubra con su manto a su hijo, el matador.
Mientras tanto, allí en la arena
ruge el "monstruo" enardecido
de treinta mil gargantas salido
es el grito arrollador.
Soberbio, en el centro del ruedo,
ante un bravo y noble toro,
el torero borda en oro una faena inmortal.
Los pies firmes en la arena,
con arte y con valentía,
con pundonor y alegría, se ciñe al bravo
animal.
De su regia chaquetilla ha arrancado el fiero
toro, los alamares de oro en su embestida
brutal.
Las enhiestas banderillas
en su morro ensangrentado, enfurecen al
astado, hasta hacerlo enloquecer.
Ciega de furor la fiera, lanza al aire sus
puñales en embestidas mortales, buscando herir
o matar.
Ondulante, majestuoso, peinando la arena de
oro como enorme mariposa, flamea la roja
muleta.
Toreando por "naturales" con mando, temple y
maestría, derrochando arte a raudales en cada
lance suicida, el artista se recrea, burlando
con su muleta al encastado animal.
Ante un silencio imponente se perfila el
torero, dejando el estoque entero en las
carnes de la fiera.
El fino y poderoso acero, ha rasgado sus
entrañas como ramas desprendidas, y el toro
rueda sin puntilla con la certera estocada.
Locura en los llenos tendidos, caen al ruedo,
como lluvia, flores, sombreros, suspiros. La
faena ha terminado entre apoteosis de gloria
y blanco agitar de pañuelos.
Postrada ante la imagen de la Guadalupana,
llorosa y sollozante, aún esta la pobre
anciana en silenciosa oración.
Ruega a su virgencita, milagrosa y venerada,
que proteja con su manto, a su hijo el
matador.
Any Vaughan.