o será que en su ceguera
aunque mire no se entera
de nada o es que está loco.
Ni leer sabrá tampoco
o muy poco me ha leído,
mas me llamó presumido
No se miró en un espejo,
pues en él viera el reflejo
de lo que siempre él ha sido.
¿Envidia yo? ¡Qué insensato,
qué idiotez, qué tontería!
Envidiar quizás podría
a Bécquer. ¿A un mentecato?
Y ni a Quevedo, ¡pazguato!,
pues por suerte yo estoy vivo
y, aunque peor, mal no escribo.
Cosa que hacer él quisiera,
pero murió, de manera
que de envidiar no hay motivo.
No es más tonto pues no entrena,
pienso yo, lo suficiente.
Le sucede a mucha gente
y al verlos me causan pena.
Envidiar... ¡Grave condena
y pecado capital!
Porque además de estar mal
no produce beneficio.
Más que pecado es un vicio
que nada rinde al final.
Con la lujuria se goza,
aunque también es pecado,
mas muy pocos no han gozado
tras yacer con una moza.
Con la gula se retoza
al comer como animales,
con los demás capitales
algo de placer se obtiene.
Pero aquél que envidia tiene
sólo alimenta sus males.
Así que, y con esto acabo,
aquel que rabia de envidia
solamente se fastidia
pues nada consigue al cabo.
De su enfermedad esclavo
ha de morir entre atroces
dolores y oyendo voces
que le gritan al oído:
- ¡Mira lo que te has perdido,
de tu envidiado los goces! -.