BIEVENIDA,
poema de OSCAR PORTELA
Bienvenida “Madame La Morte”. "Tout à l’heure".
Ah bienhechora que podarás mis ramas y mis secos
Sarmientos. Los espejismos del deseo, las fiebres de
La pasión de vida, los mísmos sueños y dejarás de mi
Huellas, cenizas que no guardarán las urnas
Del lenguaje y apenas repetirán los “otros” como
Salmos encantatorios de un lenguaje que se dice a si
Mismo si remitir a nada que no sea repetición de un eco.
No otra cosa soy sino eco y lamento del viento y apenas sangre
Que desecarán arenas de un desierto anterior a los textos
Dictados por los ángeles y que no son sino copos de nieve
De un incendiado invierno: bienvenida “Madame” sin patéticos
Cantos o clamores ante dioses o designios misteriosos
De las Parcas y el tablero de ajedrez de los Dioses.
"Tout à l’heure" Madame. Serán segundos para una
Eternidad en donde se clausura todo. Un zureo de plumas
Blancas quizá anticipe la entrega de lo que no fue
Sino envío hacia ninguna parte. Nadie está frente a frente
Al relámpago preparado para entrar a lo que se da como
Tormento y calofrío pero algo nos dice que “Madame”
Se aproxima y que no habrá retorno alguno salvo a
La letanía del círculo vicioso que una y otra vez nos lanza
De la Nada a la Nada: "Tout à l’heure" Madame.
Aquí nadie pregunta porque. El azar y el devenir
No contestan a oráculos y los contratos han sido
Rescindidos: “Hasta siempre y a todas horas Madame”.
BIENVENIDA, poema de OSCAR PORTELA
Moderador: IVAN CARRASCO AKIYAMA
BIENVENIDA, poema de OSCAR PORTELA
Oscar Portela
Re: BIENVENIDA, poema de OSCAR PORTELA
OSCAR PORTELA: BELLEZA Y ARMONÍA
por César Bisso
La poesía de Oscar Portela deviene de un tempo revestido de belleza y armonía. Es lo primero que atino mencionar ante la expresividad de los versos que construyeron Claroscuro y que esta noche parecen más esplendentes al celebrar con el creador y su público la aparición del nuevo libro.
No hay espacio para el placer en la poesía. Apenas una fugitiva brevedad de emoción nos sirva para creer que ella nos hace felices. ¿Acaso escribir signifique apropiarnos de recónditos sentimientos y exaltar a través de ellos todo lo fascinantes que se nos presenta la vida? ¿Acaso tenga que ver con esa extraña sensación de creernos dueños de la verdad y de tanto esfuerzo que hacemos por enunciarla volvemos absurdo lo creíble?
¿O acaso nos valga el dolor, ese que nunca pasa y siempre remueve y carcome nuestra existencia, para decir que la poesía nunca podrá ser sustituida por voces impostoras, que sólo se puede escribir cuando algo duele de verdad, llámese amor, desdén, muerte, pánico, humillación, soledad, olvido?
Intento decir, a través de estos interrogantes que el tempo poético en Portela está resignificado en la autenticidad del dolor.
Los poemas se desenvuelven con enigmática destreza y apacible musicalidad mientras hilvanan cada escena de la vida, entrelazados por una extraña y laberíntica visión metafísica. El poeta sólo cree en la infinitud de la poesía, todo lo demás es finito, como el dolor, pero mientras perdura corroe la cáscara existencial del que sufre. Encaramado sobre los altos torreones del romanticismo Portela no renuncia al dolor de ser, de mirar, de sentir, de crear.
Dice para sí y para quien quiera escucharlo –o en este caso leerlo- que la razón que nos persigue y a la vez perseguimos y se nos escapa, no dejan nunca de estar a nuestro lado. Y esa razón por trascender más allá de nosotros mismos es la que nos une al otro, la que nos muestra el devenir y la que nos hunde en el abismo del misterio.
Entre luz y sombra andamos los poetas. Todo nos parece fugitivo y nuestro ímpetu jamás alcanza para abordar la vida desde la palabra. ¿Será por eso que cada vivencia es una daga clavada en la carne? ¿Será por eso que cada experiencia es un drama que turba la pasión?.
Sobre las reveladoras aguas de la belleza, la poesía viaja a nuestro lado como una pasajera intemporal para aventar los recuerdos, para asomar en el devenir, para señalarnos cada traza, para dejarnos ver y sentir, para que no olvidemos que somos mortales:
…“todo aquí, todo enterrado / en un ahora eterno, / y yo esperando / la muerte / y yo esperando”… dice Portela. ¿Será cierto que la poesía nos gobierna en tanto nosotros seamos sujetos del dolor? Si es así, que nos valga su reino. Porque sólo ella es capaz de inventar frente a nuestros ojos el aleteo de una mariposa y al otro lado del mundo transformarlo en un huracán.
A través de los bellos poemas que generaron Claroscuro he tratado de encontrarme con la poesía y con el poeta siguiendo la huella irreductible que traza la pasión por escribir. Quiero aclarar que sólo en dos ocasiones tuve la posibilidad de encontrarme con Oscar.
Una en mi querida Santa Fe, a principios de los noventa, en una jornada de escritores “conosureños” (¿qué absurdo suena, no, existirá la literatura “conosureña”?). La otra ocasión se presentó aquí, en Buenos Aires, años más tarde, no recuerdo si fue en una mesa que compartimos en la Feria Internacional del Libro o algún escenario parecido.
Y cuento esto porque la particularidad de nuestra relación pasa por algunos cruces epistolares y por la forma de celebrar con nuestras palabras el don de la amistad y la gracia de la creación. Quizás el gran río, quizás esa naturaleza que nos alza (al decir del inolvidable Francisco Madariaga) o quizás la forma de mirar y decir que nos identifica, me ha permitido profundizar en el tiempo el gran afecto que hoy tengo por este distinguido poeta.
Creo que pensar y crear definen la cosmovisión poética de Portela.
Hecha memoria individual o colectiva, su escritura no claudica ante el inevitable discurrir de una historia que arremete contra la esencia de las palabras y las cosas. La contemporaneidad de su lenguaje otorga a los lectores/receptores la posibilidad de ingresar a un mundo poblado de otras voces que no han callado y nunca lo harán. Allí es donde apreciamos que toda luz proviene del diálogo, del habla, del ritmo incisivo del interpelante y entonces toda sombra se disipa más allá del dolor, de la ausencia, de la soledad, de la desesperación que causa ser desoído, no contenido, no asido por la memoria que repara.
Posiblemente la actitud metafísica de Oscar produce el verdadero compromiso que él tiene con el tiempo y la vida. Y posiblemente alcanzar la totalidad del ser para comprender la totalidad de mundo sea el único milagro que persiga. Entre ambos campos simbólicos posa la realidad de una poesía digna, íntegra, subjetiva, singular. En ella, la fabulación del “yo” ante la necesidad de comunicarse con el “otro” hacen que deseos y tempestades, fulguras y silencios dialoguen entre sí y se manifiesten en un espacio de plena libertad y de esperanza, aunque siempre pese el tempo de una existencia angustiada.
En síntesis: hay en este libro un universo metafórico donde conviven filósofos con Heidegger, Nietszche, Blanchot, Derridá, o poetas como Rilke, Unamuno, Octavio Paz y Vicente Huidobro, para nombrar algunos. No estoy hablando de los preferidos de Portela, que quizás lo sean, pero sí de aquellos que se asocian con sus formar de mirar y decir.
En este mestizaje conceptual donde resplandecen la mística y la pasión es donde Oscar habita poéticamente. Y para bien de todos nosotros que admiramos su poesía, él se siente muy a gusto y lo demuestra, en este Claroscuro que hoy recibimos agradecidos.
por César Bisso
La poesía de Oscar Portela deviene de un tempo revestido de belleza y armonía. Es lo primero que atino mencionar ante la expresividad de los versos que construyeron Claroscuro y que esta noche parecen más esplendentes al celebrar con el creador y su público la aparición del nuevo libro.
No hay espacio para el placer en la poesía. Apenas una fugitiva brevedad de emoción nos sirva para creer que ella nos hace felices. ¿Acaso escribir signifique apropiarnos de recónditos sentimientos y exaltar a través de ellos todo lo fascinantes que se nos presenta la vida? ¿Acaso tenga que ver con esa extraña sensación de creernos dueños de la verdad y de tanto esfuerzo que hacemos por enunciarla volvemos absurdo lo creíble?
¿O acaso nos valga el dolor, ese que nunca pasa y siempre remueve y carcome nuestra existencia, para decir que la poesía nunca podrá ser sustituida por voces impostoras, que sólo se puede escribir cuando algo duele de verdad, llámese amor, desdén, muerte, pánico, humillación, soledad, olvido?
Intento decir, a través de estos interrogantes que el tempo poético en Portela está resignificado en la autenticidad del dolor.
Los poemas se desenvuelven con enigmática destreza y apacible musicalidad mientras hilvanan cada escena de la vida, entrelazados por una extraña y laberíntica visión metafísica. El poeta sólo cree en la infinitud de la poesía, todo lo demás es finito, como el dolor, pero mientras perdura corroe la cáscara existencial del que sufre. Encaramado sobre los altos torreones del romanticismo Portela no renuncia al dolor de ser, de mirar, de sentir, de crear.
Dice para sí y para quien quiera escucharlo –o en este caso leerlo- que la razón que nos persigue y a la vez perseguimos y se nos escapa, no dejan nunca de estar a nuestro lado. Y esa razón por trascender más allá de nosotros mismos es la que nos une al otro, la que nos muestra el devenir y la que nos hunde en el abismo del misterio.
Entre luz y sombra andamos los poetas. Todo nos parece fugitivo y nuestro ímpetu jamás alcanza para abordar la vida desde la palabra. ¿Será por eso que cada vivencia es una daga clavada en la carne? ¿Será por eso que cada experiencia es un drama que turba la pasión?.
Sobre las reveladoras aguas de la belleza, la poesía viaja a nuestro lado como una pasajera intemporal para aventar los recuerdos, para asomar en el devenir, para señalarnos cada traza, para dejarnos ver y sentir, para que no olvidemos que somos mortales:
…“todo aquí, todo enterrado / en un ahora eterno, / y yo esperando / la muerte / y yo esperando”… dice Portela. ¿Será cierto que la poesía nos gobierna en tanto nosotros seamos sujetos del dolor? Si es así, que nos valga su reino. Porque sólo ella es capaz de inventar frente a nuestros ojos el aleteo de una mariposa y al otro lado del mundo transformarlo en un huracán.
A través de los bellos poemas que generaron Claroscuro he tratado de encontrarme con la poesía y con el poeta siguiendo la huella irreductible que traza la pasión por escribir. Quiero aclarar que sólo en dos ocasiones tuve la posibilidad de encontrarme con Oscar.
Una en mi querida Santa Fe, a principios de los noventa, en una jornada de escritores “conosureños” (¿qué absurdo suena, no, existirá la literatura “conosureña”?). La otra ocasión se presentó aquí, en Buenos Aires, años más tarde, no recuerdo si fue en una mesa que compartimos en la Feria Internacional del Libro o algún escenario parecido.
Y cuento esto porque la particularidad de nuestra relación pasa por algunos cruces epistolares y por la forma de celebrar con nuestras palabras el don de la amistad y la gracia de la creación. Quizás el gran río, quizás esa naturaleza que nos alza (al decir del inolvidable Francisco Madariaga) o quizás la forma de mirar y decir que nos identifica, me ha permitido profundizar en el tiempo el gran afecto que hoy tengo por este distinguido poeta.
Creo que pensar y crear definen la cosmovisión poética de Portela.
Hecha memoria individual o colectiva, su escritura no claudica ante el inevitable discurrir de una historia que arremete contra la esencia de las palabras y las cosas. La contemporaneidad de su lenguaje otorga a los lectores/receptores la posibilidad de ingresar a un mundo poblado de otras voces que no han callado y nunca lo harán. Allí es donde apreciamos que toda luz proviene del diálogo, del habla, del ritmo incisivo del interpelante y entonces toda sombra se disipa más allá del dolor, de la ausencia, de la soledad, de la desesperación que causa ser desoído, no contenido, no asido por la memoria que repara.
Posiblemente la actitud metafísica de Oscar produce el verdadero compromiso que él tiene con el tiempo y la vida. Y posiblemente alcanzar la totalidad del ser para comprender la totalidad de mundo sea el único milagro que persiga. Entre ambos campos simbólicos posa la realidad de una poesía digna, íntegra, subjetiva, singular. En ella, la fabulación del “yo” ante la necesidad de comunicarse con el “otro” hacen que deseos y tempestades, fulguras y silencios dialoguen entre sí y se manifiesten en un espacio de plena libertad y de esperanza, aunque siempre pese el tempo de una existencia angustiada.
En síntesis: hay en este libro un universo metafórico donde conviven filósofos con Heidegger, Nietszche, Blanchot, Derridá, o poetas como Rilke, Unamuno, Octavio Paz y Vicente Huidobro, para nombrar algunos. No estoy hablando de los preferidos de Portela, que quizás lo sean, pero sí de aquellos que se asocian con sus formar de mirar y decir.
En este mestizaje conceptual donde resplandecen la mística y la pasión es donde Oscar habita poéticamente. Y para bien de todos nosotros que admiramos su poesía, él se siente muy a gusto y lo demuestra, en este Claroscuro que hoy recibimos agradecidos.
Oscar Portela
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Re: BIENVENIDA, poema de OSCAR PORTELA
Muy bueno el comentario
que le han dedicado .
¡¡Felicidades!!
Un abrazo.
Antonia.