que cae sobre mi la pena...
de haber tenido por cena
la carne de aquella hiena
que sin piedad, rasgo mis venas.
sangre en que derramé
como río hiel amarga
haciendo de mi corteza;
corteza de mil maderas
para encerrar los amores
en la tumba de los mares,
¿porqué la carne caliente
entre las brasas ahuyentan
dolores impertinentes?...
que de tus brazos saltaron.
Huye... huye de mi, vete lejos
donde encuentres ojos buenos
que puedan mirarte entero
sin que las llamas del fuego
te abrasen hasta la muerte.
¡Ah!...porque fui tan insolente
cuando dijimos querernos;
fue un abrir la ventana
a esa silvestre mañana.
Y es tu amor el que me gana
trazando en el aire flama
por la vertiente del alma,
¡déjame encontrar mi calma!
que la perdí hace tiempo
por querer ser tu contento
y entre las garras del tiempo;
no vi tan sólo la vida...
ni vi junto a ti la muerte;
sólo espectros en la mente
caminando muy despacio,
ya me estarán buscando.
Los siento roer mis venas
igual que sentí la hiena,
¡aquella de la misma cena!
cómo si Judas volviera
a repetir la escena
con el beso de la muerte.
Sin querer fui la inocente,
aquella... que marcó la gente.
Nada quedo olvidado,
me lo cobré por jirones...
jirones endemoniados...
jirones de carne yerta.
¡Las aguas se lo llevaron!.
No volvieron los perdones
ni los cencerros del viento
anunciando más amores.
¡Aquí termina el calvario,
el calvario de una pena!.
Por una presencia ajena
que se convirtió en condena.
¡Huye de mi te lo pido!...
que a nadie más he querido,
ya tus besos por el aire
habrán quedado prendidos.
Antonia