Son raras las cosas que nos pasan en la vida. Y sobre todo, a veces, no sabemos como manejarlas.
Con Juan fuimos amigos desde siempre, desde que yo tengo uso de razón.
Conocíamos todo de nosotros. Y él, por supuesto, el más atractivo siempre, el más decidido, el más audaz, el que siempre sabía lo que tenía que hacer, el que siempre me aconsejaba de la mejor manera para sobrellevar mi vida siempre tan compleja e indecisa.
Eramos el agua y el aceite. Pero nos llevábamos muy bien. Yo era su único amigo y él mi único amigo también, y por sobre todo lo respetaba, lo admiraba y lo amaba, como tantas veces él decía también de mí.
Juan y Mario éramos. Los amigos unidos. Esos que siempre van juntos a todos lados, que salen a fiestas, que se divierten. Uno decidido y fuerte, otro (yo) incapaz de tomar decisiones sin preguntarle a él. Nos complementábamos mucho, en todos los aspectos.
Más que amigos o hermanos éramos almas que se complementaban en una sola. Yo sabía que él no podía estar sin mí, y él tenía claro que yo no podía dar un paso sin él.
Habíamos decidido seguir la misma carrera. Contadores los dos.
Lo trágico fue al final del segundo semestre de la carrera. Fuimos a festejar el haber salvado todas las materias cursadas. Juan salio con Mónica (su novia) y yo solo. Los tres nos fuimos a un bar a tomar tragos, a reírnos y a disfrutar de los logros conseguidos.
Pero a la salida, de repente, nos vimos entremezclados en un trágico incidente. Había muchachos peleándose y un disparo al aire fue a dar al cuerpo de Juan. Murió al instante y en mis brazos. Recuerdo tristemente esos hechos y la sangre de su cuerpo corriendo por mis manos.
La vida continuó pero ya yo no era el mismo.
Los padres de Juan se aferraron a mí como si yo fuera él.
La novia de Juan se aferró a mí como si yo fuera él.
Me cedieron espacios que eran exclusivamente suyos.
Como mis padres viajaban mucho por cuestiones de trabajo, los padres de Juan me dieron su habitación para que yo viviera ahí y no estuviera solo.
De pronto me fui dando cuenta que hasta mi carácter cambiaba. Ya no era el indeciso de siempre, tenía que sortear problemas al instante sin la ayuda de mi amigo. Y lo hacía.
Vivía en su habitación, con las cosas de Juan, con sus libros, su música, sus ropas, su olor.
Los padres me adoraban. Me hacían sentir muy a gusto.
Una tarde vino Mónica, muy triste, creo que se cumplía un año de la muerte de Juan, y me dijo que tenía ganas de charlar conmigo y mirar las fotos de él junto a mí.
Esa tarde lloró mucho. Luego nos quedamos tendidos en la cama abrazados. Ella se durmió.
Y al despertar, comenzó a acariciarme y a besarme, como si yo fuera su novio muerto.
Yo no atiné a cambiar nada la situación, no quería aprovecharme de nada, ni así lo sentía. Pero hicimos el amor. Para mí no fue nada especial, que no haya sido con cualquier otra mujer, pero para ella significó mucho...y comenzó a enamorarse de mí.
Después de tres años de noviazgo, nos casamos.
Los padres de Juan nos hicieron una gran fiesta, pues estaban muy contentos con nuestra unión, hasta nos regalaron un departamento para que vivamos juntos.
La vida a veces da tantos vuelcos, y uno nunca sabe por qué toma los caminos que toma, pero los sigue y arrebata con todo, y sigue adelante.
Pero yo sé muy bien, y lo tengo claro en mi conciencia, que aquél día, no fue Juan el que murió, sino Mario.
Por eso Juan, cuánto te extraño hoy...quiero volver a ser yo.
A la sombra de Juan (un corto relato)
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A EDUARDO CORTESE
¡Hola Eduardo!...A LA SOMBRA DE JUAN...un relato con buena continuidad
en expresión, ¡El final fantástico dejas la incongnita de seguir pensando !
¿cómo rescatarse Mario de esa atracción dejada por Juan?
Muy bueno. un aplauso plas, plas, plas,
Un beso de Antonia.
en expresión, ¡El final fantástico dejas la incongnita de seguir pensando !
¿cómo rescatarse Mario de esa atracción dejada por Juan?
Muy bueno. un aplauso plas, plas, plas,
Un beso de Antonia.