Con un puñado de tierra
y el jugo del mosto de uvas verdes,
crucé la puerta del mundo lejano,
pisé olas oceánicas y desvelos,
miré la tarde y el nacer de la mañana;
subí la montaña, quería encontrar
a la vuelta del camino, en un recodo,
una rosa roja no nacida, ni brotada,
quería ver mi sobresalto, el fulgor de mi libélula,
una luciérnaga apagada, la dulce paz
de otra cascada, trayéndome ilusiones,
perspectivas,
ver el puerto de mi vida
con sus barcos navegando plácidos,
para dejar caer sus anclas y quedar mudos y quietos;
quise ver tantas cosas y no pude ver mi alma.
Pero encontré fragmentos de mi asombro
porque existo, bajando ahora de esa montaña,
y allí están todos los besos apiñados en mi alma,
allí está todo, todo, toda una vida desplegada;
aparecen sonrisas perdidas,
mis rosales de rosas rojas casi negras,
y el agua grita, la tierra tiembla, el cielo canta,
pienso….que mañana será otro día
para seguir jugando con la luz de este Universo